María
no sabía donde estaba, en realidad no se había dado cuenta nunca en que lugar
del planeta se encontraba. Bueno, ni siquiera sabia que esto era un planeta.
El
medio acuoso en que se movía era cálido y confortable. ¿Sería un delfín? Sentía placer en todo su cuerpo al sentirse
acariciada por el medio y la música ambiental, rítmica y suave le procuraba una
gran tranquilidad.
El
tiempo transcurría plácidamente, sin prisa, ningún dolor, ninguna estridencia
perturbaba su descanso.
En
un momento determinado descubre nuevos placeres, oye armonías y risas de otras
personas que deben habitar en este mismo espacio, y que establecen con ella una
relación amigable y cálida, se siente acompañada y querida.
Sigue
transcurriendo el tiempo lentamente, sin prisa, no tenemos necesidad de correr,
todo es suave, aterciopelado.
Creo
que esta casa se me está quedando un poco estrecha, sin embargo me sigue
gustando estar tan recogida en un lugar tan a mi medida. No me preocupa nada,
no necesito nada, todo funciona muy bien.
Los
astros y las estrellas estaban en su sitio colocadas, todo estaba en perfecto
estado. El orden cósmico es inalterable.
La
fase de embrión va llegando a su fin, y todo se organiza para dar la entrada al
nuevo ser que viene para dominar y mandar sobre todas las cosas. Pero, la nueva
MARIA tiene otros planes.
Ella
ha disfrutado del seno maravilloso de su madre. De la suavidad del medio, del
amor que le rodea y le penetra por todos sus poros, no quiere exponerse a la
rudeza de la vida, a lo áspero del entorno, al frío de la noche, al peligro de
la guerra, al riesgo de los incendios, al golpe del tráfico, al dolor de la
enfermedad, a la ausencia del ser querido y…
Decide
no perturbar su espíritu, vagar en las ondas, integrarse en el TODO, y seguir
disfrutando de la vida de los delfines, de la calidez de la primavera, del amor
universal.
¡Estas
niñas cada día se emancipan antes!
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